Erase una vez, no dos ni tres, si no una sola
vez, una lugareña llamada Belinda, que habitaba sola en el bosque.
Un bosque cualquiera, de esos que tienen
árboles, animalitos y quizás también un río. Y digo quizás, porque también es
posible que no hubiera ningún rio, y como el cuento no hace ninguna referencia a supuestos ríos por
ningún lado, dejaremos su posible existencia en una mera suposición.
Dicho bosque se encontraba al norte del país.
De algún país. No, tampoco sé de qué país se trata, pero no se preocupe porque
no tiene la más mínima trascendencia en el devenir del cuento. El desenlace
podría haber sucedido en cualquier país del mundo y parte del extranjero y
habría sido el mismo.
Dicha lugareña, cuyo nombre respondía al deseo
de sus progenitores, y al de su abuelita también, cuando imploraban “be linda”
(sé linda, para los agnósticos, en aquel país se hablaba el Spanglish) no la
quedó más remedio que ser linda… y se quedó con Belinda como nombre. Porque
afortunadamente para ella, fue linda.
O desafortunadamente, quién sabe, porque el
hecho de ser tan tan… guapa (empecemos a llamar a las cosas por su nombre), fue
la causa de que, desde temprana edad, viviera sola en el bosque. Sus padres,
muy “protectores” ellos, y también poco inteligentes, todo hay que decirlo,
decidieron que de esa manera, podrían evitar que los moscones en forma de
ciudadanos de a pie, la acosaran con sabe Dios que deshonestas intenciones.
Y a tal efecto, construyeron una casita en el
bosque, dotándola de todo lo necesario para que la moza se sintiera cómoda,
trasladándola a su nueva morada a la tierna edad de catorce años. De cuando en
cuando, sus padres se acercaban a visitarla y reponer su despensa, comprobando
con el paso de los años, cómo Belinda crecía hermosa y lozana, cumpliendo la
mayoría de edad ajena al mundo exterior.
Anhelaban sus padres, sacar partido a su
belleza, e intentar casarla con el príncipe de aquel país, con el noble motivo
de salir de la pobreza. Instruyeron a Belinda haciéndola crecer con la idea de
que tenía que casarse con el príncipe. No, no era un príncipe azul, eso sólo
pasa en los cuentos. Bueno, mejor dicho en otros cuentos, en éste no, el
príncipe de éste cuento era de color blanco caucásico, tan blanco que podría
pasar por un plebeyo más, y de quien lo único que conocían los plebeyos era su
gran riqueza. Su belleza era una incógnita para ellos, más una x que una y,
pero les bastaba con su patrimonio para cumplir sus intenciones.
Por su parte, el príncipe, anhelaba casarse
con una bella princesa, pero como quiera que en aquella época, y en éste cuento,
la belleza era bastante escasa entre las princesas de los reinos colindantes, simplemente
anhelaba casarse con una bella doncella. Resultaba un tanto superficial,
bastante superficial diría yo, y desentendiéndose de intentar descubrir la
belleza interior de dichas princesas, las desestimaba una y otra vez, muy a
disgusto de sus padres, que empezaban a cansarse ya de organizar y pagar
banquetes reales en busca de unir coronas.
Como todo príncipe que se preciara de la
época, tenía un caballo blanco también blanco caucásico, para no desentonar con
su jinete, con quien solía dar largos paseos, seguido a veces, las más, de un
séquito de corceles negros montados por sendos criados que le proporcionaban
escolta. Eran órdenes del Rey, y aunque no era estrictamente necesario, dada la
bonanza de todos los lugareños (en este cuento no hay maleantes), dicha escolta
proporcionaba una seguridad emocional más que conveniente. Trataba de evitar
con ello el Monarca, que alguna lugareña
caza fortunas atrajera la atención del joven príncipe.
Sin embargo, el príncipe, muy travieso él, de
cuando en cuando, conseguía escabullirse del palacio, sabe Dios con qué
intenciones, y dando esquinazo a la escolta, se alejaba cabalgando campo a
través para, una vez lo suficientemente alejado, caminar tranquilamente por los
prados, pensando en lo que quiera que piensan los príncipes jóvenes y solteros
sin compromiso. Todo esto, era del perfecto conocimiento de los padres de
Belinda, que vieron en esas ocasiones de soledad del príncipe, una oportunidad
única para llevar a cabo sus intenciones…
Continuará…