Abrí los ojos.
Estaba en la cama. La cama es uno de esos lugares, en los
que habituamos estar cuando abrimos los ojos, sobre todo cuando los hemos
tenido mucho tiempo cerrados. Y además estaba tumbado. Es una posición
recomendable cuando se tienen los ojos cerrados.
Levanté levemente la cabeza y miré a los pies de la cama.
Había, allí de pies, una mujer semi desnuda. Otra mujer semi desnuda, porque a mi
lado se encontraba la mía, tumbada en la cama, sí, con los ojos cerrados.
Desconocía su nombre, el de la otra mujer semi desnuda, y sigo desconociéndolo, porque
su rostro estaba difuminado, y porque lo único que mi boca acertó a preguntarle,
fue si estaba allí esperando a que yo abriera los ojos para hacer un trío…
Negó con rotundidad mientras soltaba una sonora carcajada.
Me incorporé y eché un pié al suelo mientras exclamaba “!mierda!”. En parte
indignado por la respuesta, ya que no encontraba otro sentido a su presencia
diferente a la idea del trío… y en parte porque al apoyar el pié en el suelo,
pisé algo blando. Al mirarlo descubrí un excremento de animal, bastante
voluminoso, cubriendo mi pié desnudo. Volví a exclamar “!mierda!”.
De repente ya no estaba en mi habitación. Estaba en una
cuadra bastante mugrienta. La mujer semi desnuda ya no estaba, y su lugar lo
ocupaba una vaca que me miraba con los ojos muy abiertos. Inmediatamente
deseché la idea del trío, y a pesar de que las ubres de la vaca no desmerecían
en absoluto a las de la mujer semi desnuda, salí corriendo de la cuadra…
El contraste de luz me cegó momentáneamente, pero mis oídos
pudieron apreciar con total claridad unas palmadas bastante sonoras. Cuando
recuperé la visión, aprecié que tales palmadas provenían de unos severos azotes
que un hombre, sentado en una silla de espaldas a mí, le estaba propinando a la
otra mujer semi desnuda que minutos antes se encontraba en mi habitación, mientras
exclamaba: “!dos litros de leche!, ¡solamente me das dos litros de leche!”…
Al percatarse de mi presencia, el hombre se levantó y se
dirigió hacia mí, al tiempo que bailaba una extraña danza. Su rostro era
deforme y siniestro. Cuando llegó a mi lado, dijo algo ininteligible y de un
tirón se quitó una careta, sintiendo como se me helaba toda la sangre al
descubrir su rostro. ¡Era Rajoy! Quien ahora, ya sin la careta, repitió la
frase que antes no había entendido: “¡Vamos a por los recortes! ¡Vamos a por
los recortes!...”, repetía sin cesar. Me indicó que mirara hacia mi izquierda,
instándome a que me situara en el último lugar de una fila de gente bastante
numerosa. En el inicio de la fila, un cartel rezaba el siguiente mensaje: “INEM”…
Aterrado, miré hacia atrás con la intención de regresar a mi
habitación/cuadra, pero ya no estaba allí, y en su lugar estaba el congreso de
los diputados, adornado con una vaca a cada lado de las escaleras, tumbadas y
con los ojos cerrados. Corrí escaleras
arriba, y al abrir la puerta, apareció ante mí un parque de atracciones. Había
una llamativa noria que daba vueltas sin parar, en cuyos vagones, viajaban unos
diputados enanos que me tiraban lonchas de jamón de jabugo.
Por supuesto no desperdicié tan suculento regalo, y al
agacharme a recogerlo, noté cómo algo intentaba profanar mi agujero trasero
causándome un punzante dolor… Me incorporé como un resorte y al girarme,
descubrí con asombro, que se trataba de la otra mujer semi desnuda provista con
un arnés fálico… Su rostro ya no estaba difuminado…!era la Cospedal!...
Como pude y a toda prisa, crucé el congreso y atravesé una
puerta que encontré en un rincón. Accedí a una sala completamente oscura, donde
incontables voces repetían mi nombre,
mientras hábiles manos recorrían mis bolsillos buscando algo… De repente se oyó
una voz que gritaba: “Ya la tengo, ya la tengo”… Eché mi mano al bolsillo
trasero y mi cartera había desaparecido…
Maldiciendo en arameo, salí de aquella habitación. Ya no
estaba la noria. Tan sólo había una mesa en el centro, donde un hombre trajeado
me invitó a sentarme. Con total naturalidad me ofreció un crédito personal con
un tipo de interés “relativamente bajo” para que pudiera recuperar mi cartera…
¡vacía!
Abrí los ojos… Inconscientemente dirigí mi mano a mi agujero
trasero. Descubrí con alivio que no lo tenía dilatado…