En la vida de toda mujer casada, llega un momento en el que
hace a su pareja la siguiente pregunta: ¿Cuándo vas a arreglar…? (sustituya los
puntos suspensivos por cualquier objeto susceptible de un posible arreglo).
Si usted está casado, seguramente ya haya pasado por ese
momento. Y por muchos otros similares, ya que el hecho de que un día, su mujer,
haga esa pregunta, no significa que no vuelva a repetirla a cada oportunidad
que tenga. Y es que, por alguna extraña razón, las mujeres están totalmente
convencidas, de que los hombres tenemos la habilidad de arreglarlo todo. Pero
la culpa no es de ellas, no. La culpa es de nuestro estúpido ego masculino, que
nos impide pronunciar la frase “no sé hacerlo”. Y también es culpa de nuestra
estúpida creencia de que podemos arreglarlo todo.
Y en ese error, ha vuelto a caer un servidor en este nuestro
último Domingo del año. Porque hay días, en los que sería mejor quedarse
tumbado en la cama, o en su defecto, tumbado en el sofá… Tras haber escuchado
en numerosas ocasiones esa frase que todas las mujeres sueltan por su boquita,
dos eran los objetivos a “arreglar” que tenía marcados para el día de hoy.
Primer objetivo: Sustituir uno de los dos portalámparas del
espejo del baño que, incrustado en una tablilla que hace las veces de
marquesina del espejo, hasta hace un par de semanas, cumplía positivamente con
el noble objetivo de iluminar.
Al ser completamente imposible encontrar un
portalámparas que encajara en dicha marquesina, le eché imaginación al asunto y
compré dos portalámparas exteriores (más que nada para que las dos bombillas
estuvieran instaladas estéticamente de la misma forma), y que atornillaría a la
marquesina, para sustituir los interiores que, como ya he dicho, no existen ya
en el mercado alternativo.
En mi cabeza todo parece sencillo. Soltar cables de
portalámparas A, enchufar a portalámparas B, y por último, atornillar en la marquesina
el portalámparas B. En primer lugar, desmonté la marquesina para poder soltar
los cables del portalámparas A. Fue sencillo, sólo dos tornillos unían las dos
partes de la marquesina. Al separar ambas partes, apareció ante mí un amasijo
de cables de diferentes colores. Es entonces, cuando uno se da cuenta de que
para algunas labores, no basta con echarle imaginación…
Resultado: un enchufe quemado como consecuencia de haber
insertado un cable en la clavija errónea, tras un par de saltos de los
automáticos. El espejo se queda definitivamente sin ninguna bombilla
utilizable. Paso al plan B… algo más sencillo que el plan original: instalar
una bombilla más potente en el aplique del techo del baño. Ahora no tengo
bombillas en el espejo, pero la bombilla del techo alumbra la hostia.
Segundo objetivo: arreglar la manecilla, o pomo, puede llamarlo como quiera, de la puerta que comunica el garaje con la casa. La puerta, cerrar
lo que se dice cerrar, cerraba, pero abrías cualquier ventana de la casa, y la
corriente provocaba que se abriera. Los días en que hacía viento, se abría y
cerraba con escandalosos portazos a razón de unas diez veces por minuto.
El diagnóstico inicial, demuestra que el muelle que hace que
el resbalón de la cerradura quede fijo e inamovible si no se acciona manualmente
la manecilla, se ha roto. Cualquier persona que no le eche imaginación a nada,
habría comprado una cerradura nueva. Pero yo, no sé si ya se lo habré dicho en
alguna ocasión, tengo imaginación. Así que me imaginé que si desmontaba la
manecilla y extraía la cerradura, podría “arreglarla”…
Y no sólo lo pensé, si no que además lo hice. Desmontarla,
arreglarla descubrí demasiado tarde que no podría sólo con la imaginación. Sólo
dos tornillos mantenían la manecilla en su sitio, por lo que no tardé ni medio
minuto en desmontarla. Eso fue todo lo que pude hacer. Cuando desmonté la
cerradura y fui consciente de que nunca podría arreglarlo, volví a montarlo y
resignado… cerré la puerta.
Curiosamente, la puerta se quedó cerrada y no se abrió al
darle un pequeño empujón, como sucedía antes de desmontar la cerradura. El
problema vino después, justo cuando intenté volver a abrirla. Giré la manecilla…
y aquello no se abrió. Y se quedó cerrada mientras, seguramente, se reía del
inepto que intentaba abrirla desesperadamente…
Resultado: Puerta del garaje sin cerradura, que ahora
permanece abierta a tiempo completo… gracias al método de apertura de puertas cerradas
que en su día patentó la policía: la patada.
En definitiva, una manera tan triste como otra cualquiera de
despedir el año. Les deseo a todos ustedes un feliz año nuevo.
Pd.: No deje de visitar mi otro blog.