29 de abril de 2010

Un arte centenario.

La elaboración de la Tortilla de Patatas, también conocida como Tortilla Española, es un arte centenario. Y como todo arte, sea centenario o no, tiene su rito de elaboración. Para mí, es un arte placentero que cumplo con la mayor rigurosidad posible, sólo así se puede conseguir un resultado digno de mención. No voy a entrar en describir mi nivel de perfección porque no viene al caso, y además seguramente exageraría, pero sí les diré que corre por mis venas la sangre de elaborador de Tortillas heredada de mi madre, que ella sí que tiene arte. Claro que también tiene mucho que ver el hecho de verme obligado a aprender a hacerlas si quería disfrutar de ellas, por razones que no vienen al caso…

Aunque cada maestrillo tenga su librillo, en el maravilloso mundo de las tortillas casi todo está inventado. Puede, si quiere, improvisar, pero eso no le garantizará un buen resultado, objetivo que si conseguirá si sigue las siguientes premisas:

Paso 1. Generalmente yo suelo iniciar el rito pelando las patatas. No es obligatorio pero sí lo más lógico. En mi caso, las patatas son sembradas y recogidas por un servidor y familia. Me dirán que es mejor utilizar ingredientes caseros… se equivocan. Cuando lo hacía con patatas compradas, yo tenía dos riñones… ahora no me atrevo a contarlos. La cantidad de patatas a pelar es variable, y depende mucho primero, del tamaño de las patatas, y segundo, del tamaño que quiera darle a la tortilla, aunque creo que eso ya lo habrán supuesto. Si son de un tamaño mediano bastará con cinco o seis para que coman dos personas de esa tortilla, o una persona si es como yo…

Paso 2. Se trocean las patatas. Eso puede hacerlo como le venga en gana. Hay quien lo hace troceándolas en cuadraditos y quien lo hace en trozos planos (tipo chips o patata frita de bolsa). Yo, a título personal, lo hago como puedo, de una manera que me permita seguir teniendo cinco dedos en cada mano cuando termine, usted puede arriesgarse todo lo que quiera, pero el resultado no va a ser mejor por hacerlo de una manera u otra.

Paso 3. Una vez troceadas las patatas, y situadas, por ejemplo, en una ensaladera, procederemos a picar la cebolla. Hay gente, blasfemos de la cocina indudablemente, que obvia este paso. Una Tortilla Española sin cebolla, perdón por ponerme cursi, es como un amanecer sin sol, o una primavera sin flores. Que picar cebolla da pena y acaba uno llorando, pues sí, qué le vamos a hacer, pero hay que saber sufrir para llegar al éxito. En este paso hay que extremar las precauciones con el cuchillo, ya que las lágrimas nos pueden hacer perder bastante visión y picar lo que no debemos… ¿La cantidad de cebolla? Para tal cantidad de patatas basta con media cebolla, aunque si se echa más no pasa nada.

Paso 4. Mientras se calienta el aceite, más que nada para ganar tiempo, se echa la sal a las patatas y cebolla, revolviendo y mezclándolo bien si no quiere que toda la sal se quede en cuatro trocitos de patatas. No confundir la sal con el azúcar, aunque les puedo asegurar, por propia experiencia, que la tortilla con azúcar también está rica, su sabor variará bastante y no conseguirá el deseado en un principio.

Paso 5. Cuando el aceite esté lo suficientemente caliente, se añaden a la sartén las patatas mezcladas con la cebolla y la sal, a ser posible sin quemarse las manos y sin que la sartén se caiga, a no ser que tenga usted ganas de provocar un incendio… (¿He dicho ya que es conveniente tener un extintor a mano, o en su defecto colgado en la espalda?... pues ténganlo en cuenta). Mantener las patatas en la sartén y moverlas con asiduidad para que no se quemen, hasta que consiga una textura y color aceptables o, mejor dicho, hasta que estén bien hechas.

Paso 6. En un recipiente, puede ser la misma ensaladera que utilizó anteriormente, echar una cantidad variable de huevos crudos. Creo que está bien claro que si son huevos fritos no sirven. Para el volumen de la Tortilla que estamos elaborando, aconsejo utilizar cuatro huevos, aunque depende de cómo le guste la Tortilla, si blanda y jugosa, o bien más seca. Una vez echados los huevos, o mejor dicho, lo que hay en su interior, se baten con cualquier utensilio que les pueda servir para tal menester, un simple tenedor puede valer. Batirlos enérgicamente, hasta que su contenido quede bien mezclado.

Paso 7. Este paso es importante a la hora de definir la textura final de la Tortilla. Si usted quiere una tortilla jugosa y blanda, le recomiendo que una vez haya sacado las patatas de la sartén, no las vierta directamente en el huevo y las deje enfriar durante unos minutos. Si las echa directamente de la sartén al huevo, el calor de las patatas cuajará el huevo, dándonos un resultado completamente opuesto, es decir, el huevo se secará antes de que tenga tiempo a mezclarlo convenientemente con las patatas y cuando lo eche a la sartén, tendrá una pasta bastante seca. Pero si las echa frías, el huevo seguirá en el mismo estado y no se cuajará hasta que lo eche a la sartén, quedando más jugosa.

Paso 8. Una vez mezclados las patatas y el huevo, se vierte todo el contenido en la sartén sin aceite pero… Aquí les recomiendo que antes de echarlo todo a la sartén, la haya calentado llena de aceite. Si pone al fuego la sartén vacía, sólo se calentará la base, con lo cual, el lateral de la Tortilla no se cuajará y tendrá problemas a la hora de voltearla. Una vez calentada la sartén, se le quita el aceite, y al echar las patatas y el huevo, se cuajará todo el contorno de la tortilla menos, evidentemente la parte que ahora queda mirando al techo. Después de unos veinte segundos, no más, le damos la vuelta, preferentemente sin que se nos caiga, para que se cuaje la otra parte. En otros treinta segundos, podrá darle otra vez la vuelta, así un par de veces hasta que consiga el aspecto de dorado deseado.

Y ya está. No hay que hacer nada más. Bueno si, colocarla en un plato antes de que se carbonice. No es recomendable comerla directamente de la sartén. Como ve, es un proceso que puede cumplimentar cualquiera, y no es nada peligroso si se toman precauciones. Es una mera cuestión de práctica, y hasta un inútil como yo puede lograrlo, así que ánimo y a practicar. El resultado merecerá la pena… o no, depende…

24 de abril de 2010

Personaje a examen.

Capítulo 6. Cleopatra.


Conocida en su pueblo como Cleopatra Filopator Nea Thea, o Cleopatra VII.



Abro con ella el apartado de las féminas, en la sección “Personaje a examen”, porque no quiero que nadie piense que es una sección exclusiva de personajes masculinos. Y lo hago con una mujer, que de haber vivido en nuestros días, viviría con la bandera del feminismo en la mano, ya que a pesar de nacer y vivir A.C. (antes de Cristo, para los agnósticos…), vivió con la mentalidad de una mujer del siglo XXI, o del XX…, es decir, manejó a los hombres como la vino en gana siempre que quiso.

Para ello se valió de dos armas muy poderosas y ante las que pocos hombres pueden resistirse…, bueno ante las otras dos armas que pocos hombres pueden resistirse: su poder de Reina y su belleza, aunque no se sabe muy bien cuál de las dos condiciones causó un mayor efecto en los hombres que claudicaron ante ella. Me inclino a pensar que fue su belleza lo que ponía a sus pies a todo varón que se le acercaba, ya que ha habido otras reinas que, a pesar de tener poder, no seducirían ni a Cuasimodo.

Era coqueta y caprichosa a partes iguales. Tan coqueta, que se arreglaba y bañaba varias veces al día, y tan caprichosa que, al menos uno de esos baños, debía de ser en leche de burra. Pronto descubrió que la leche de burra, no era la única leche con la que necesitaba cubrirse…, aunque sí era la única que conseguía que su piel no sufriera los efectos del calor del desierto. Llegó al colmo del capricho, cuando se empeñó en que sus sirvientes barrieran el desierto, dando como única razón, que le molestaba la arena que se le metía en sus carísimas sandalias compradas en Dios sabe dónde…

Nació en el año 69 A.C., número que la marcaría para toda su vida, o lo que es lo mismo en el menos 69, que es justo lo que le decía su padre: “Cleo… menos 69 y más trabajar…”. Al ver que ésta no le hacía caso, intentó controlarla como pudo. Como primera medida, convirtió su séquito de sirvientes en una tribu de eunucos, pero le sirvió de poco, ya que estos se valían de cualquier objeto que tuviera la misma forma y cumpliera con la función de aquello que les faltaba para complacerla. Podemos asegurar, que fueron esos eunucos los creadores de los instrumentos que hoy conocemos con el nombre de “consolador”…

Al ver que tales medidas, no sólo no funcionaban, si no que incrementaban la lujuria de su hija, el Faraón dejó escrito en su testamento, la obligación de casarse con su hermano, el de ella, un tal Ptolomeo XIII (acción para la que estaba amparado por la ley, ya que en aquellos años no existía el incesto). Aquel fue un auténtico castigo, lo cual sólo le sirvió al Faraón para dejar al mando de su pueblo, además de una hija incontrolada, un hijo cornudo. En aquellos años, Ptolomeo XIII era un crío, a todas luces incapaz de satisfacer a Cleopatra, lo cual no hizo más que aumentar su rebeldía, dedicándose a la noble tarea de seducir romanos y todo bicho viviente que se le pusiera al alcance, en todos y cada uno de los viajes, que debía realizar para cumplir con las obligaciones que su posición le imponía.

Tras ir escalando peldaños en la sociedad romana, llegó hasta un tal Julio César, emperador romano de la época, que tardó en caer en sus redes, lo que ella tardó en mirarle. Fue tal el dominio que ejerció sobre el emperador, que no sólo intentó que los romanos la adoraran, si no que se dedicó a luchar contra los enemigos de Cleopatra, que no eran otros que sus propios hermanos, los que le quedaban, porque Ptolomeo XIII ya había pasado a mejor vida a manos de un Julio César inducido por Cleopatra. Como no podía ser de otra manera, el capricho de meterse en las sábanas de Cleopatra, le costó al emperador el odio de su pueblo y por consiguiente… la muerte.

Y tras Julio César, llegó Marco Antonio. Este sólo llegaba a general, pero fue suficiente para que Cleopatra lograra nuevos objetivos políticos para su pueblo y para sí misma. Aunque no les fue del todo bien y tuvieron que emigrar a la chabola que Cleopatra tenía en su tierra, donde siguió quitándose de en medio a todo aquel que supusiera un obstáculo en su reinado. Pero aquello duró lo que tenía que durar, o lo que es lo mismo, hasta que llegó otro romano, Octavio, aunque éste sólo se dejó seducir a medias y Cleopatra nunca pudo manejarle como a los anteriores.

Con tanto escarceo, su reino quedó algo descuidado, por decirlo finamente, y atravesó por una de las etapas de más hambre y miseria que recordaran los más viejos del lugar, lo cual no es mucho teniendo en cuenta que la edad de mortalidad no superaba los cuarenta años. No es de extrañar por lo tanto, que mirara hacia donde mirara, Cleopatra sólo viera enemigos dispuestos a quitarla de en medio a ella, y viviera inmersa en innumerables batallas que terminaron por minar su resistencia.

Todas esas circunstancias la condujeron a una depresión de caballo, lo que unido a la crisis de los cuarenta la llevó al suicidio. Su pueblo, agradeció sus servicios… envolviéndola en papel higiénico. Desagradecidos…

Pasaron muchas cosas más en su vida, pero eso… es otra historia.

12 de abril de 2010

Me levanto...o no...

Dicen por ahí, que se hace difícil levantarse todos los días de la cama para ir a trabajar. No crea, al menos físicamente, no es más difícil que levantarse para vaguear.

Vale que algunas acciones, en caso de levantarnos para vaguear, no realizaríamos y que sí son imprescindibles para levantarse para trabajar. Quien trabaje fuera de casa, porque el que trabaje en casa no está muy lejos de levantarse para vaguear, y con ello no quiero decir que quien trabaje en casa vaguea, no, pero en lo que respecta al acto de levantarse para ir a trabajar se le parece bastante.

Personalmente, yo empiezo por abrir los ojos, duermo con ellos cerrados, es una costumbre que tengo desde pequeño, qué quiere que le diga, y lo hago siempre justo antes de levantarme, lo contrario sería tan contraproducente como peligroso, y lo hago independientemente de que me levante para trabajar o para vaguear. Después apago el despertador, o lo intento, pero eso no lo haría si me levantara para vaguear, salvo que se me haya olvidado desconectarle, como me pasa algún domingo, pero en esos casos lo hago incluso sin abrir los ojos, y por supuesto no hago ni el más mínimo amago de levantarme.

Tras abrir los ojos, sólo hay que poner el pie derecho en el suelo, pero sólo si duerme en el lado derecho de la cama, si duerme en el lado izquierdo ni lo intente, es mejor que ponga en el suelo el pie izquierdo, incluso aunque sea supersticioso. Si por algún motivo no sabe en qué lado de la cama ha dormido, no se preocupe, mire a su alrededor, recuerde que ya tiene abiertos los ojos, que aunque estén aún llenos de legañas, sirven para ver e interpretar cual es su situación física, de la situación mental olvídese de momento.

Una vez puesto en pie, ni siquiera tiene que pensar, sólo tiene que dejarse guiar por su vejiga, ella le guiará sabiamente incluso aunque tuviera los ojos cerrados, aunque es conveniente tenerlos abiertos si no quiere que su siguiente paso sea coger una fregona. Tras la descarga, tiene ante sí varias opciones. Dejarse guiar por su estómago y romper con su ayuno, o continuar en el cuarto de baño y darse una buena ducha. Yo le aconsejaría que desayune primero, la imagen que se encontrará cuando se mire al espejo es mejor recibirla con el estómago lleno, así tendrá dentro del estómago algo que vomitar.

Después de resolver el conflicto desayuno-ducha/ducha-desayuno, y no antes, ya puede proceder a vestirse con la ropa que usted quiera, si es suya mejor porque así no le quedará grande o pequeña. Y digo después porque sería bastante fastidioso tener que volver a desnudarse para darse una ducha cuando ya estaba desnudo justo antes de vestirse. Claro que si usted es naturista sólo tendrá que vestirse si trabaja fuera de casa, aunque si es naturista, seguramente se habrá buscado un trabajo que pueda llevar a cabo en un lugar donde no le detengan por escándalo público, ni por escándalo púbico, así que se puede saltar el paso de vestirse.

Si trabaja en casa, ya puede empezar a hacer lo que sea que haga en su jornada laboral. Bueno, si, si lo desea puede antes ver las noticias, total nadie lo vigila y yo no voy a chivarme, pero si trabaja usted fuera… eso presenta una multitud de variantes que le generarán un montón de dudas, que yo, en próximas entradas le ayudaré a resolver con total eficacia…

¿Ve cómo no era tan difícil levantarse de la cama?


9 de abril de 2010

Crónicas Chumbescas. Capítulo 5.




Aquel verano del año 55 fue tremendamente caluroso. Higor y sus compinches se pasaban el día sudando la gota gorda y buscando la manera de refrescarse, ya que su presupuesto no les daba para tanto refresco y ni mucho menos para comprar un aparato de aire acondicionado.

Por si eso fuera poco, vivir en un pueblo tan pequeño les dificultaba bastante la labor de afanarse bebida fresca. En el pueblo sólo había dos establecimientos que comerciaran con bebidas y sus dueños ya estaban sobre aviso. En realidad eran tres comercios si contamos la farmacia, pero después de media docena de diarreas y vómitos convulsivos, decidieron descartarla como suministrador de bebidas, porque además, casi todos los embases farmacéuticos eran de plástico y no servían para estrellarlos contra las piedras.

Sólo les quedaba, como medio de refresco, un pequeño lago que distaba medio kilómetro de su casita del árbol. Pero procuraban no abusar de él, ya que el primer día que se bañaron en él, salieron del agua, completamente mojados y… arrugados. Así y todo, junto con la sombra que encontraban dentro de su casita, aquel lago, rodeado de árboles y arbustos, era un lugar ideal para pasar las horas muertas, y también para recolectar nuevos bichos para su zoológico que sustituyeran a los fugitivos que se les habían escapado. Por supuesto que para entonces ya habían construido una jaula más acorde para albergarlos.



Precisamente, Jason y Higor se habían entregado a esa tarea la tarde en que sus vidas cambiaron para siempre. John y Micky no les acompañaron porque habían sido reclutados por sus padres para ayudarles en la laboriosa tarea de la siembra, y aunque nunca supieron con exactitud qué demonios sembraban, ellos lo hacían con total devoción mientras charlaban animadamente con el espantapájaros.

Mientras tanto, Jason propuso a Higor una competición de cazar bichos por separado, quedando en encontrarse en la casita del árbol a última hora de la tarde. Higor decidió ir a buscarlos cerca del lago, lugar más que prolífero de bichos de cuatro patas y… bueno, también de dos. A unos cien metros del lago divisó una enorme rana apareciendo y desapareciendo sobre la hierba con unos enormes saltos. Tal ejemplar llamó poderosamente la atención de Higor, que sin pensarlo empezó a seguirla, no sin dificultad, ya que, como siempre, tropezó y cayó varias veces al suelo en su intento por seguirla. Cada vez se acercaba más a los árboles que rodeaban el lago y pensó que tenía que atraparla antes de que llegara a la orilla. Ya se acercaban a la orilla cuando tropezó y cayó por enésima vez, cuando al levantar la vista vio algo que le dejó perplejo…

Junto a la orilla, dándole la espalda, observó una silueta completamente desconocida para él. Una chica se quitaba la ropa ceremoniosamente hasta quedarse con un pequeño bikini, de los más pequeños de la época, o sea, bastante grande para lo que nosotros entendemos ahora como bikini, pero diminuto para la época. Higor ni siquiera sabía que existían ese tipo de prendas, así que se quedó lo más extrañado que uno se puede extrañar. Sabía de la existencia de las chicas, más que nada porque pensaba que su madre debía de haber sido una de ellas hacía años, pero nunca había visto una de cerca, ni siquiera pensaba que las niñas de su edad que iban a su colegio, fueran de la misma especie que aquella hermosura.

Como pudo se ocultó tras un arbusto para observarla. No supo intuir la edad que tenía, pero por lo desarrollada que estaba, dedujo que era mayor que él. Su pelo rubio se enroscaba en una graciosa trenza que le llegaba hasta la cintura. Cuando la chica se dio la vuelta para ordenar su ropa en el suelo, Higor, desde su escondite tras aquel arbusto, se fijó en su rostro, tremendamente angelical, pero rápidamente bajó sus ojos hasta los dos bultos que la chica tenía en el pecho, e irremediablemente, su nerviosismo hizo que perdiera el equilibrio y cayera al suelo provocando un pequeño alboroto.

La chica, sin más, se acercó lentamente hacia el arbusto. Higor dudó entre echarse a correr o echarse a temblar, optando finalmente por esto último, más que nada porque estaba seguro de que si echaba a correr, con toda seguridad se caería y no serviría de nada, así que pensó que era mejor hacer el ridículo quedándose quieto donde estaba. Nunca antes había hablado con una chica de esa edad, bueno, en realidad de ninguna edad, y le asustaba la posibilidad de que la chica saliera corriendo al verle.

Continuará…

5 de abril de 2010

Sangre fría.

Hay momentos y situaciones en la vida, en los que un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer. Y además, tiene que hacerlo sin dudar ni un solo segundo, porque en caso de duda, el desenlace puede ser fatal. Son situaciones desesperadas, que requieren medidas desesperadas como única solución. Y no todo el mundo es capaz de mantener la cabeza fría en situaciones límite.

Yo sí, y no es por presumir de nada, pero cuando uno se encuentra entre la espada y la pared, y se necesita mantener la calma, y pensar y actuar con rapidez… uno responde con garantías. Como en aquella situación en la que me vi envuelto hace ya unos cuantos años, y de la que afortunadamente conseguí desenvolverme (luego explicaré porqué fue tan importante tal desenvolvimiento)…

El hecho en concreto sucedió una calurosa tarde de verano. Bueno, como muchos otros hechos, el verano es muy largo y da para mucho, claro que el hecho en sí podría haber ocurrido en otra época del año con desenlace similar, aunque es cierto que el calor reinante pudo tener trascendencia en el desencadenamiento del hecho… creo que me he perdido… En fin, como iba diciendo, era verano, de eso me acuerdo porque hacía demasiado calor para ser invierno, y aunque podría haber sido primavera, que a veces en primavera también hace calor…, que no!!, que he dicho que era verano y punto.

El caso es que yo iba conduciendo en el coche, si, en el asiento delantero izquierdo, porque hacerlo en España, en un coche español en cualquier otro de los asientos del coche habría sido un poco difícil, porque no estaba en Inglaterra… Yo me encontraba sudando la gota gorda, o sea, mucho. A mi lado, a mi derecha, se encontraba la que hoy, y a pesar de lo que pasó ese día, es mi mujer, y en la parte de atrás iba su hermana, la que hoy es mi cuñada. Los tres escuchábamos música, en la radio del coche por supuesto, y estábamos parados como consecuencia de uno de esos atascos que sabes donde empieza pero no dónde termina.

De repente, y sin previo aviso, se oye un pequeño ruidito. Al principio lo confundo con algún sonido de los muchos que emitía la radio, pero se vuelve a repetir y empiezo a pensar que algo va mal. En ese preciso instante nos encontrábamos parados. Gotas de sudor resbalaban por mi frente y la sensación de agobio era sofocante. Empecé a sospechar cual era la verdadera procedencia del ruidito en cuestión, y sin más preámbulos y con total tranquilidad, miré a derecha e izquierda buscando una posible solución. Mi instinto me decía que debía de actuar con rapidez si quería salvar el tipo. Se repitió el ruidito y salté como un resorte.

Hice lo que la situación requería en ese momento. Puse punto muerto, eché el freno de mano, me solté el cinturón, y salí del coche a la velocidad del rayo ante el estupor de mis acompañantes, que me miraban atónitas cruzar por delante del coche en dirección a la acera, para hacer sabe Dios qué… Pero yo tenía muy claro cuál era mi objetivo, y sin pensarlo entré casi corriendo al bar más cercano, más que nada porque no podía ir más deprisa, en donde, sin ni siquiera pararme a saludar al camarero, me introduje en ese lugar tan maravilloso donde hace fuerza un cojo y se caga hasta el más valeroso…

Ya dentro, y sin perder el tiempo en echar el cerrojo, me desenvolví rápidamente (aquí es donde cobra importancia el antes citado “desenvolvimiento”) y afortunadamente, porque si se me llega a trabar la cremallera habría soltado el lastre de una manera bastante inconveniente. Todo duró un suspiro, y en apenas minuto y medio salía del bar después de haberle dicho al camarero “lo siento, era una emergencia”… aún hoy no sé porqué se reía tanto…, como tampoco entiendo de qué se reían mis acompañantes cuando me subí tranquilamente en el coche, metí primera para seguir al coche que aún tenía delante, y esbocé un escueto “casi me cago…”

Moraleja: “Mantener la calma, es una manera como otra cualquiera, de seguir estando limpio.”




2 de abril de 2010

El P.S.A.S.

Hace ahora más o menos un año, llegó a mis oídos una increíble noticia. La existencia de una señorita de 24 años de edad, y cuyas iniciales son S.C., que sufre uno de los síndromes más extraños e “insufribles” que se conocen, y que viene a corroborar la idea de que todo aquel que crea que lo ha visto todo, se equivoca una vez más.

Nuestra protagonista sufre el síndrome conocido, por quienes lo conocen, como P.S.A.S. (Permanent Sexual Arousal Syndrome) o en castellano S.E.P. (Síndrome de Excitación Permanente). Según la patología de este síndrome, quien lo padece es capaz de “sufrir” hasta doscientos, si, han leído bien, doscientos orgasmos diarios, y son capaces de excitarse, sexualmente hablando, con el simple hecho de que se les pose una mosca en el hombro. Desde que conocí la noticia, he intentado sin descanso entrevistar a tan peculiar mujer, y hoy, por fin, la tengo delante de mi herramienta, quiero decir… micrófono.

Aparentemente es una mujer que pasa desapercibida, lo cual demuestra que no hace falta ser Pamela Anderson para estar continuamente excitada, y cuando la tienes cerca te das cuenta de que… pasa completamente desapercibida, hasta el punto de que no la reconocí hasta que pasó por mi lado gimiendo acompasadamente. Me presenté e iniciamos la siguiente conversación:

Yo: Mucho gusto-le extiendo la mano y me la estrecha.

S.C.: Encantadaaaarrgggg!!...aahhh!!

La miro perplejo y ella entorna los ojos hacia el suelo.

S.C.: Lo siento mucho, no puedo evitarloooohhh!!...mmmmm…aahhh!!....ya, ya está.

Yo: No se preocupe, usted misma, yo haré como que no ha pasado nada.

S.C: Se lo agradezco, la mayoría de la gente se ríe de mí…uummmm…manera de vidaaaaaahhhhh!!!

El pelo se la empieza a alborotar con sus movimientos de cabeza y una de sus piernas empieza a convulsionarse, así que le ofrezco sentarse en un banco. Intento ahuyentar a algunos viandantes fisgones, que se han parado a ver el espectáculo, sin tener ningún éxito.

Yo: ¿Siempre le pasa esto?

S.C.: ¿Que la gente me mire?

Yo: No, orgasmar sin control.

S.C.: Sí, a veces no dura tantooooohhhh…pero otras…uuummm…no puedo paraaarrrhhhhh!!!!....(se sale disparado un zapato de tanto mover la pierna e impacta en la nariz de uno de los fisgones, que a pesar de todo ni se inmuta…), sobre todo cuaaaannngggg…do llevo puestos pantalones justoooooossssshhhh…uuummmm…

Yo: Ya, ya veo… Pues es usted envidiada por todas las mujeres frígidas…

S.C.: Pues yo esto no se lo deseooooohhhhh a nadie, ni si quieraaaahhhhh… a una monjaaaaahhhh…uuuummmm…. Estoy harta de que me miren los hooooohhhh… hombres con deseo y lujuriaaaaaaahhhhhh…uuummmm…Dios mío…

Yo: Tranquila, disfrútelo usted que puede.

S.C.: Gracias, aunque la mayoría de los orgasmooooooohhhhhhhss no los puedo disfrutar por cansancioooooohhhhh…, y se quedan en orgasmitoooooohhhhhhhsssss.

Yo: Si, si ya se nota…

S.C.: Lo siento muchooooooohhhhhh…pero creo que me tengo que cambiar otra vez de aaaaaaahhhhhhhhh… de ropa…uuummmm… ay madre miaaaaaahhhhhhh

Yo: Sí, como quiera, no quería decirla nada para no incomodarla, pero con tanta gente alrededor no hay quien se ponga…, quiero decir no hay quien se concentre en usted…, quiero decir en la entrevista…

S.C.: Si quiere otro día seguimooooooooohhhhhhss, cuando me suban la dooooooohhhhhsis…uuuummmm…..aaahhhh!!! de la medicación…ufffffffff….aaaaaaaahhhhhhmmmmmm…

Yo: De acuerdo, a ver si otro día estamos más relajados… Le daría un pañuelo de papel, pero el último se lo he dado al señor del jersey rojo…

S.C.: No se preocupe, uso bragas de usar y tirar…

Y sin más… se fue, llevando tras de sí a una comitiva de fisgones, que no perdían detalle de cómo la pobre mujer iba haciendo eses y se detenía cada cinco metros apretando las piernas… Pero a mí no me engaña… estoy seguro de que fingía… muy bien pero fingía…