“La noche me confunde”, dijo ese gran pensador
contemporáneo, Dinio.
Parece una gran cita, pero sólo es una frase dicha en un
momento de sobriedad extrema, que suena a disculpa, por las continuas
extravagancias nocturnas de dicho personaje y sus aventajados discípulos.
Y entiendo que se refiere al término “noche”, englobando en
él a todo lo que la rodea y acompaña, porque la noche, por sí sola, no confunde
a nadie que esté en perfectas condiciones. Vale que sea oscura, sobre todo
donde no hay farolas, pero, amigo Dinio, la noche no hace que veas dos farolas
donde sólo hay una, ni que Carmen de Mairena te parezca un pibón. Tampoco hace
que confundas el servicio de señoras con el de caballeros, ni mucho menos que
confundas la bufanda de una señora con el papel higiénico…
Todo eso lo produce el alcohol… y todas esas sustancias
psicotrópicas susceptibles de consumir. Eso si que nos llega a confundir
enormemente. Y a parte de todas esas confusiones detalladas más arriba, también
confunde nuestras sensaciones físicas,
tal y como no enterarnos de que nos están pisando, o que nos están
transportando en una carretilla cogida prestada en una obra cercana… o de que
nos han apuñalado.
Eso es lo que le aconteció recientemente a un hombre
madrileño, quien “confundido”, o mejor dicho aún, “bastante confundido”, siguió
tomando copas durante varias horas, tras haber recibido seis puñaladas en una
pelea acontecida horas antes.
Este hombre puede decir tranquilamente, no sólo que la noche
le confunde, sino que además, el alcohol le salvó la vida. Porque, este buen
hombre “confundido”, seguramente se
habría desangrado, si por los agujeros de las puñaladas hubiera salido sangre. Pero,
afortunadamente para él, en vez de sangre, durante horas estuvo saliendo
cubata, o lo que quiera que fuera lo que hubiera bebido.
No llegó a desangrarse porque durante horas estuvo sangrando
alcohol en lugar de sangre. Bueno, en realidad, deberíamos decir que estuvo
alcoholando alcohol, ya que sangrar, lo que se dice sangrar, es el acto de
perder sangre, y si no se pierde sangre, no podemos hablar de sangrar… Y no fue
hasta bien entrada la madrugada, y una vez que se desalcoholó completamente,
cuando empezó a sangrar, sangre por supuesto, y sus compañeros de fatiga se
percataron de ello al ver su ropa
manchada del rojo elemento. Porque hasta entonces, el alcohol no había manchado
las ropas del “confundido”, y esa es otra propiedad del alcohol, sobre todo cuando
se pierde por las heridas… No señores, el alcohol no mancha. Quizás el no
ingerido manche, y también quizás el ingerido ensucie por dentro, pero el que
se pierde por las heridas… no mancha.
Finalmente, el hombre, ya menos confundido, acertó a percatarse
de la situación sentenciando “el alcohol me ha salvado la vida y le estaré
eternamente agradecido”…
Otra gran cita de un nuevo pensador contemporáneo…
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