1 de abril de 2016

Actitudes

Un hombre circulaba con su vehículo.

Circulaba despacio. Y no circulaba despacio porque no quisiera circular más rápido, ni tampoco porque su vehículo no tuviera capacidad para ello. Era un vehículo normal, con un motor apto para circular más rápido, con un volante adecuado para dirigirlo de una manera conveniente por la carretera y que, incluso, tenía cuatro ruedas en perfecto estado para deslizarse por la misma. Sin embargo, por circunstancias ajenas a todo ello, no podía circular más rápido.

Y su actitud era, la actitud que tiene alguien, cuando, aún conduciendo un vehículo con capacidad para circular rápido, se ve obligado a circular más despacio de lo que a él le gustaría circular, es decir, una actitud desesperada. Su actitud era la consecuencia de haber salido tarde de su domicilio. Demasiado tarde. Y como si con ello llegara a conseguir circular más rápido, de su boca salían improperios irreproducibles, su mano derecha se desplazaba alternativamente del volante a la palanca de cambios, buscaba continuamente la manera de adelantar y sus ojos intentaban ver más allá del coche que tenía delante…

El coche que tenía delante circulaba a la misma velocidad. También era un coche capaz de circular más rápido y, aunque su conductora también hubiera preferido ir más rápido, tampoco podía hacerlo. A pesar de ello, mientras conducía, acompañaba animada con su voz, la canción que escupía la radio, sin hacerle ningún caso al velocímetro de su coche, adoptando una actitud de  serenidad y sosiego. Porque realmente no necesitaba ir más rápido, había salido de casa con tiempo suficiente para no necesitar ir más rápido y pacientemente circulaba sin perder de vista al vehículo que llevaba delante…

El vehículo que llevaba delante, obviamente, circulaba a la misma velocidad y tampoco podía ir más rápido. Pero a diferencia de los otros dos vehículos, no llevaba ningún otro vehículo delante de él, y aunque su conductor también habría querido circular más rápido, no lo hacía porque el motor de su vehículo no se lo permitía. Se trataba de un vehículo agrícola con remolque incluido, y por más que su conductor pisaba el acelerador no aumentaba la velocidad. La suya era una actitud de resignación, la actitud del trabajador que sabe que terminará demasiado tarde su labor por culpa de que su vehículo no podía circular más rápido. A pesar de ello, se arrimaba todo lo que podía al margen derecho de la carretera, con el noble objetivo de facilitar a los otros vehículos que pudieran adelantarle. Sin embargo, el  que quería adelantarle no podía, porque estaba demasiado lejos como para intentarlo, y el que podía no quería, porque, simplemente, no lo necesitaba…

Moraleja: Conducir despacio no siempre es voluntario, ni tampoco resulta siempre desesperante. Sin embargo, salir antes de casa si es voluntario y nunca desesperante. Así que, si no quieres tener prisa, sal antes de casa. 







Pd.: Nuevo mes, nueva chica del mes.