El globo se elevaba…
Había alcanzado ya la altura de un tercer piso, donde un
hombre, asomado a la ventana, lo observaba con atención. Pensó en cuál sería la
razón por la que aquel globo se elevaba hacia el cielo.
Mejor dicho, pensaba en cuál sería la otra razón por la que
el globo se elevaba. Sabía que el globo se elevaba porque estaba lleno de
Hidrógeno o Helio, pero esa no era la razón, ya que, aparte de eso, para que el
globo se eleve tiene que estar suelto. Si estuviera sujeto a algo, no se
elevaría. Y eso es lo que se preguntaba, porqué estaba suelto y se elevaba…
Miró hacia abajo. En tierra firme, en la acera, descubrió a
un niño que, con cara bastante más disgustada que él, también observaba como el
globo se elevaba. Era evidente que se le había escapado de sus manos, y el
hombre de la ventana se preguntó porqué se le había escapado. Pregunta a la que
lógicamente no encontró respuesta.
El niño lo sabía. Se lo había ofrecido a su padre, quien,
con el brazo estirado en dirección a su hijo, miraba hacia otro lado, perdiendo
de vista la cuerda que sujetaba el globo y que el niño, pensando que su padre
lo tenía sujeto, había soltado antes de que su padre lo sujetara firmemente. Se
preguntó porqué su padre había mirado para otro lado, sin encontrar una razón
coherente. Lógico, era un niño…
El padre lo sabía. Había captado poderosamente su atención,
una señora, o señorita vaya usted a saber, con una minifalda algo más corta de
lo que la prudencia aconseja. A escasos cinco metros de la posición de nuestro
embobado padre, la fémina se inclinaba hacia delante mostrando una total
ausencia de ropa interior. Se preguntó porqué se agachaba tanto. Bueno, también
se preguntó porqué no llevaba ropa interior, aunque la razón no le importó en
absoluto. La razón de que no llevara ropa interior, quiero decir… Por supuesto,
no encontró respuesta, y por supuesto… tampoco se lo preguntó.
La mujer sí que lo sabía. Me refiero a que sí sabía porqué
se inclinaba hacia adelante, porque, seguramente, también sabía porqué no
llevaba ropa interior. Pero eso no importa. Importa, pero no es relevante en
esta historia. El caso es que la mujer sabía porqué se inclinaba. Hacía mucho
tiempo que no veía un billete de cien euros, uno como el que acababa de ver
tirado en el suelo delante de ella. Agenciarse con un billete de cien euros, es
un noble motivo para olvidarse de las consecuencias de mostrar la total
ausencia de ropa interior, y pensó, mirando a su alrededor, quien habría sido
el mal afortunado que lo había extraviado.
Nadie, de los que se encontraban a su alrededor, parecía
buscar nada. Solamente un niño que, al lado de un padre que la miraba
atentamente, quizás demasiado atentamente, miraba hacia el cielo con cara de
disgusto. Se preguntó porqué el niño miraba al cielo. Y también se preguntó
porqué aquel hombre la miraba sin pestañear… sin llegar nunca a saberlo.
Pero el niño si lo sabía. Y el padre también lo sabía…