22 de febrero de 2010

Aquel Día

Hoy es un día señalado. Hoy, hace 5 años, sucedió algo que cambió mi vida para siempre. Algo que ya relaté en mi post titulado “Aquel día”, y que hoy quiero reeditar para recordarlo una vez más…y para que lo puedan leer todos aquellos que no lo leyeron en su día.



Aquel día.....

Nevaba. Aunque no había nevado en todo el invierno, el día antes por la tarde, empezó a nevar, como si la nieve no quisiera perderse el acontecimiento, e hiciera acto de presencia, para anunciar un día inolvidable.

Nos despedimos, y te dejé en el hospital, sabiendo los dos, que ésa noche era la última. Sabiendo que al día siguiente, todo llegaría a su fin. Te quedaste allí, echada en la cama intranquila, con el temor de que al día siguiente, el día tan esperado por los dos, yo no llegara a tiempo por culpa de la nieve. Y yo me fui nervioso, por el mismo motivo, pero me fui porque así lo habíamos decidido.

Cuando llegué a casa me invadió la soledad. El silencio era sobrecogedor, y sólo por inercia como un autómata, cené y me senté a ver la tele. Pero miraba y no la veía, mi mente estaba contigo, intentando averiguar cómo te sentías, e intentando adivinar cómo sería el día siguiente, aquel que llevábamos tanto tiempo esperando.

Cuando me acosté, tu imagen tendida en aquella cama del hospital se asomó a mi pensamiento una y otra vez, mientras me repetía a mí mismo que tenía que dormir y descansar para poder afrontar un día cargado de emociones. Tardé mucho en dormirme, pero dio igual, el despertador que había programado a las 6 de la mañana, no llegó a sonar, porque mi subconsciente se anticipó a su señal unos minutos.

Mi primer pensamiento del día, fue para ti, y mentalmente te dije “ha llegado el día”. Aún no estaba nervioso, pero sí impaciente por llegar a tu lado. Me preparé, y tras recoger a tu madre y a tu tía, nos fuimos al hospital. Legamos bien, incluso antes de lo previsto, y tú ya estabas despierta. Eran las 7.30 de la mañana, y estabas muy tranquila. Parecía que era otra la que iba a pasar por aquello.

En ese momento, pensé en la valentía que me estabas demostrando, y me pregunté si yo sería capaz de hacer lo mismo en tu situación. Bromeábamos y reíamos, para descargar la tensión, mientras esperábamos a que llegaran los médicos y nos dijeran que ya había llegado el momento y se nos hizo interminable la hora que estuvimos esperando a que llegaran.

Y al fin llegó la hora. Tu madre y tu tía se quedaron a esperar en la habitación, viendo como los dos salíamos y nos alejábamos por el pasillo. Cuando metieron tu cama en el ascensor, te cogí de la mano y me la apretaste, pidiéndome con la mirada que estuviera a tu lado. Tus ojos delataron que tu tranquilidad había desaparecido, al mismo tiempo que apareció en mí, un sentimiento de impotencia por no poder hacer nada, por no poder ayudarte.

Cuando llegamos a la puerta del quirófano, me miraste y te di todo lo que podía darte en aquel momento, un beso cargado de amor y cariño, acompañado de un “tranquila, todo saldrá bien”. Durante mucho tiempo, había mantenido la esperanza de que me dejaran entrar, para acompañarte en aquel momento tan importante para los dos, pero no fue posible. Te perdiste tras aquella puerta y me volví a quedar sólo.

Miré alrededor. Todo lo que vi fue un pasillo de 10 metros de largo por 3 de ancho, una pared a un lado y tres ascensores al otro lado, al fondo una ventana. Y la puerta por la que habías desaparecido, que a partir de aquel momento se convirtió en el objetivo de mi mirada. Unos minutos después de perderte de vista, volvió a salir el celador, que con un tono de amabilidad me dijo: “En una hora aproximadamente, saldré con el niño… ó con la niña”. Yo le dije: “espero que salgas con el niño… y con la niña”. Evidentemente, él no sabía que tenían que salir dos.

Y otra vez la espera en silencio. Nueva espera, eterna, durante la que me recorrí aquel pequeño pasillo de un lado a otro un millón de veces con la mirada perdida. Hasta que salió una enfermera. Me miró y llamó al ascensor. Cuando se abrió el ascensor, me volvió a mirar y se quedó sujetando la puerta, pero no me dijo nada, así que pensé que no tenía nada que ver conmigo. Estuvo así un rato y yo me preguntaba, qué hará allí sujetando la puerta, parece tonta.

Pero todo tiene un porqué y lo descubrí cuando se volvió a abrir la puerta de los quirófanos y, primero, un celador y, después, otra enfermera, aparecen portando una incubadora móvil a la carrera, donde iban dos recién nacidos, me dirigí hacia allí con el ánimo de verlos, pero apenas pude distinguir dos bultos con dos cabecitas, eso fue todo, porque la doctora que asistió al parto me sujetó por el brazo, y me empezó a contar las incidencias mientras me daba un montón de papeles.

Yo la escuchaba sin enterarme de lo que me decía mientras miraba al interior del ascensor, pero enseguida se cerró la puerta y ya no pude ver nada. Entonces le presté atención a la doctora y me dijo con una sonrisa lo único que yo necesitaba que me dijeran: que todo había salido bien, que los niños y tú estabais perfectamente. Eran las 9.30 de la mañana, y ya éramos papá y mamá para alguien.

Estaba feliz, muy feliz e impaciente por compartir dicha felicidad contigo. Pero volví a sentirme sólo, supongo que tan sólo como tú, que estuviste en post-operatorio otras tres horas, y pensé en lo rocambolesco de la situación. En un mismo edificio, tú estabas en una sala donde no podía verte, nuestros hijos en una habitación en la que tampoco podía verlos, tu madre y tu tía en una habitación cuatro plantas más arriba esperando noticias, y yo… dando vueltas de aquí para allá por todo el hospital, acudiendo a los sitios a los que me mandaban a rellenar papeles y más papeles.

Los nervios del momento, unidos a mi caraja permanente, me tuvieron un buen rato buscando el ascensor que me llevaba a la cuarta planta. Cuando al fin lo encontré, subí a dar la buena nueva para tranquilizar a tu madre y a tu tía. Después, para amenizar la espera de nuestro reencuentro, fui a intentar aclararme con todo el papeleo que había dejado pendiente, y para ello, más paseos, más preguntas, y vuelta a preguntar otra vez, porque en mi estado de embobamiento nunca me enteraba a la primera de lo que me decían.

Volvió a llamarme la doctora para decirme que, tras un reconocimiento más exhaustivo, los niños estaban bien. Pero mi preocupación no desapareció hasta que te vi salir del ascensor, en la misma cama en la que cuatro horas antes, habías desaparecido tras la puerta del quirófano. Y sonreíste. No puedo describir con palabras lo que sentí cuando te tuve otra vez a mi lado.

A partir de ahí, visitas y más visitas, y aunque conseguí ver a los nenes varias veces ese día, a través del cristal de la incubadora, la culminación de todo, no tuvo lugar hasta el día siguiente, cuando pudimos subir juntos y tenerlos en brazos por primera vez. Ése momento, en el que estuvimos los cuatro juntos por primera vez, y los días que siguieron, ha sido y creo que será, el más feliz de mi vida, y todo gracias a ti.

Gracias........., te quiero.

Cinco años dan para mucho y para tan poco a la vez....

4 comentarios:

  1. Viejex, muchas gracias!!
    Le mandaría un trozo de tarta, pero posiblemente no le llegara en muy buen estado...
    Saludos cordiales.

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  2. Feliz cumple, aunque atrasado.

    Me lei toooooooodo. Muy lindo el relato y conmovedor.



    PD: tengo la libreta de vacunas al dia. ( lo digo por la recomendacion)

    PD: vine a completar el formulario de L.Q.T.H.V.B.L.O.D.S.D.A.M.U.P.A.T. Menos mal q hoy es gratis, xq no tengo un sope ( estamos a fin de mes y con el inicio escolar casi encima)

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  3. Muchas gracias Anita y bienvenida a Graceland.

    ¿De verdad? Es la primera que reconoce estar vacunada de todo lo vacunable...Bienvenida también al colectivo ese tan difícil de pronunciar. ¿Verdad que se puede llegar lejos aprovechando ofertas y rebajas?

    Saludos cordiales.

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Uy lo que han dicho...