3 de enero de 2011

Esas primeras horas locas...

Recibir un año nuevo suele ser una tarea más o menos gratificante. Cada uno lo hace a su manera según sus obligaciones y, mientras unos lo reciben trabajando o simplemente ocupando espacio en su lugar de trabajo (lo siento por ellos), otros lo recibimos de una manera… como decirlo, si, eso es… lo recibimos de cualquier manera.

Son esas horas, las primeras del año, para todos aquellos que no nos encontramos trabajando, unas horas un tanto alocadas por decirlo finamente, que suelen transcurrir en la más absoluta algarabía y desenfreno, y en las que por alguna extraña razón, nos vemos impulsados a cumplir con la noble labor de la degustación de cualquier bebida más o menos alcohólica (vale, también hay quien se queda en casa viendo “Qué bello es vivir”… allá ellos, eso no es tan divertido). Y así, reunidos en diversos locales, unos públicos y otros privados damos rienda suelta a nuestra sociabilidad para agarrarnos a todo lo que se menea, bien sea para no caernos al suelo, o bien para transmitir cualquier tipo de sentimiento… más o menos casto.

Yo tengo la suerte de no trabajar ese día, o mejor dicho, esa noche, así que me encuentro integrado en ese grupo de alborotadores, que dentro de un local privado echan a volar su sociabilidad. Y no sólo eso, si no que además suelo salir ileso al menos mentalmente. Físicamente, qué quieren que les diga, uno ya no está para muchos trotes y ya he perdido la cuenta de las contracturas y tirones que la tal sociabilidad ha dejado en mi cuerpo…

Pero vayamos al grano. En esas primeras horas volvió a quedar demostrada la teoría de que para saber beber… hay que saber mear… o saber sudar. De hecho yo sudé tanto que no necesité visitar el servicio ninguna vez, a pesar de haber ingerido tanto líquido como el absorbido por Bob Esponja cualquier día laboral. Es lo bueno que tiene moverse más que los precios, tienes contracturas, sí, pero sudas y no te entran ganas de mear… Claro que a lo mejor también tuvo algo que ver, el hecho de no quitarme el jersey para no dejar al descubierto mi camiseta interior, modelo “albañil rústico” que tanto ha dado que hablar en anteriores ocasiones.

Pero además de bailar, y “sociabilizar” bebiendo, o bebiendo sociabilidad y sudar, o socializar sudor bebiendo, o como lo quiera usted llamar, y aunque sea difícil de creer, sucedieron muchas más cosas. Si la última carrera del año es la San Silvestre de Vallecas, la primera carrera del año, es la San Pingüino de Torrelavega. Distinción ésta obtenida por méritos propios, y cuya participación aumenta, y seguramente seguirá aumentando, año tras año. Cierto es que carece de la oficialidad que caracteriza a la San Silvestre de cara a los medios, pero sin duda tiene tanta dificultad como ella, o incluso me atrevería a decir que más, y seguramente en próximas ediciones llegará a tener una gran cobertura incluso televisiva. Por cierto, no estaría de más, que las mujeres ejercieran su derecho a la igualdad, e instauraran la categoría femenina en la próxima edición…

Si usted tiene fortaleza en su estómago, pinche aquí para ver la imagen de la línea de salida de la primera edición de la San Pingüino. Quién ganó carece de importancia, bueno vale… gané yo, pero todos los participantes demostraron tener una gran valentía, un gran sentido del equilibrio…, y menos sentido del ridículo que pelos tengo yo en la cabeza, y eso, créanme que es muy poco… Ganó el más rápido si, y niego tajantemente las acusaciones infundadas contra mi persona por parte del público, que afirmaba impunemente, que mi habilidad en la especialidad haya sido adquirida a base de tener que huir en circunstancias sospechosas, por haber sido sorprendido en situaciones comprometidas… son sólo leyendas urbanas.

Tras la carrera, y algunos bailes más porque siete horas dan para mucho, terminamos la fiesta en una cafetería colindante, desayunando el típico ¿chocolate con churros?... He de reconocer que el mejunje que llenaba el vaso de plástico era de color marrón oscuro, también conocido como marrón chocolate, y que lo que venía en el plato era de color dorado, pero… cualquier parecido con lo que realmente queríamos desayunar es pura coincidencia y en este caso, la realidad tuvo más de ficción que de realidad. De todas formas, quedó demostrado que el ser humano cuando tiene hambre… es capaz de comerse hasta el envase, y no nos importó demasiado comer chicle dorado mojado en leche… marrón chocolate, mientras alguien hacía alusión a yo qué sé que medía 22 cm., mientras el resto ponía cara de no saber si estaba desayunando… o en un discurso de Sigmund Freud. Qué se le va a hacer, algunos ven churros y se les va el santo al muslo…

En fín, a grandes rasgos, así transcurrieron en mi entorno las primeras horas de este año. Posiblemente me deje muchas cosas en el tintero pero… sudé demasiado y además soy muy despistado.


2 comentarios:

  1. Oiga... yo no sé sudar. Eso me da una gran tristeza. Es una destreza que quisiera tener.

    Feliz 2011.

    Un saludo.

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  2. Yoni, pruebe a beber en abundancia y baile sin parar unas tres ó cuatro horas. Si pasado ese tiempo no está usted sudando es que es el verdadero Darth Vader...
    Feliz año nuevo, un abrazo.

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Uy lo que han dicho...