13 de enero de 2009

Historias de la puta Mili.

Para todos los de mi generación, y por supuesto, generaciones anteriores, hablar de la mili, supone, en la mayoría de los casos, recordar una etapa de nuestra vida en la que nos vimos obligados, a vivir de una manera completamente diferente a lo que se entiende como una vida normal.

Algunos, tuvieron la suerte de vivir esa etapa cerca de su hogar, pudiendo volver a él casi todos los fines de semana. A otros nos mandaron lo más lejos que pudieron. Tan lejos, que en algunas ocasiones, no sabía si estaba en España o en Marruecos. Tanto, que muchos lugareños no sabían en qué punto de la península se encontraba Cantabria. Demasiado lejos como para pensar en hacer una visita fugaz a la familia. Así que, sólo pude volver a casa 3 veces en toda la mili, y como os podéis imaginar casi sin tiempo para deshacer el petate. Y me gustaría pensar, que había una buena razón para que a mi me mandaran a Melilla durante 9 meses, pero se me escapa, si es que la había. Quizás fuera idea de Telefónica, que fue, de largo, la única que ganó algo y salió beneficiada de tal desplazamiento…

7 de la mañana. 20 tíos empiezan a aporrear sus tambores bajo nuestra ventana, acompañados de otros 20 tíos a la corneta, tocando diana como si estuvieran en un concurso a la mayor capacidad pulmonar, provocando que saltaras de la litera en estado de shock y corrieras como un pollo sin cabeza hacia tu taquilla. Afortunadamente, una de las cosas buenas que tiene la vida militar, es que, por la mañana, no tienes que pensar qué ropa ponerte. Únicamente, decidir si te pones el traje sucio o el limpio. Y digo afortunadamente, porque si hubiera tenido que pensar un poco más, la mayoría de los días, habría salido a formar en gallumbos, porque allí, todo, absolutamente todo, se hace a la carrera. Y por suerte, y dado el corte de pelo estilo minimalista, tampoco tenía que peinarme, ya que con mi pelo habitual, dicha labor normalmente me llevaba bastante tiempo, al ser un pelo más rebelde que James Dean.


Al tercer día, comprobé alarmado que no me desperté como me despertaba en casa, o sea como se suele despertar todo macho que se precie, con el soldadito firme. Los mandos lo controlaban todo, y tanto es así, que controlaban hasta las erecciones de los reclutas a base de bromuro en el café del desayuno. Pero tras dos días sin tomar el susodicho café, respiré tranquilo al ver que todo volvía a la normalidad.

Tras el desayuno, si es que se le podía llamar así, y para facilitar la digestión, nos cargaban con mochila y fusil, tal y como si fuéramos a tomar Marruecos, nos ponían a desfilar, a reptar por el suelo como si no hubiera escobas para barrerlo, y a tirarnos al suelo y a levantarnos como si hubiera billetes allí tirados esperando a que los recogiéramos. Que hacerlo dos o tres veces, puede llegar a ser divertido, pero cuando lo haces 50 veces seguidas se hace un poco aburrido, y por qué no decirlo, también cansado. Y cuando ya teníamos las tripas asomando por la boca, también a la carrera, nos llevan a comer. Ése era su plan, no para instruirnos en combate y para mantenernos en forma, si no para que comiéramos con hambre y no notáramos lo incomestible de las comidas que nos daban algunos días. Y para que muchos sibaritas, se gastaran el dinero en la cantina del cuartel, donde sí que daban comida aceptable. Afortunadamente, yo era de los que se comía hasta las sobras que dejaba el jabalí, así que al menos ni pasé hambre, ni gasté dinero en comer.

Lo que sí que pasé, allí en Melilla en pleno mes de Julio, fue calor. Sobre todo cuando después de comer, a las 3 de la tarde y con cuarenta y tantos grados a la sombra, nos metían en una sala a darnos soporíferas clases teóricas. Al menos al 95 por ciento de los reclutas, se nos cerraron los ojos varias veces, escuchando aquellas charlas interminables sobre tácticas militares y otros temas de vital importancia, como por ejemplo, como desmontar y montar un fusil sin desgraciarte las manos y sin que se enterara el enemigo, o como levantar una tienda de campaña, sin que se cayera después, en menos de dos horas y sin libro de instrucciones.

Después, sobre las 6 de la tarde y hasta la hora de la cena, tiempo libre para hacer lo que quisiéramos, o mejor dicho, lo que pudiéramos, porque era habitual que después de la paliza matutina, no quedaran fuerzas para nada. Esas horas libres las aprovechábamos para hacer algunas cosillas en la habitación, como por ejemplo la colada. Al menos yo, consideraba innecesario pagar una lavandería pudiendo hacerlo uno mismo en el lavabo del baño. Allí descubrí, que la ropa también se puede lavar con gel de baño, si no te importa que los calzoncillos se queden ásperos como papel de lija… La temperatura del agua daba igual, porque como toda la ropa era verde no podían teñirse unas prendas con otras. Encogerse…, dudo mucho que aquella tela pudiera llegar a encogerse, ni siquiera de hombros….

Después, a intentar cenar sin morir intoxicado, y después al catre a dormir hasta que nos despertaran otra vez la legión de tamborileros y cornetillas en plan bestia…. Vamos, una vida de lo más interesante.


Pero aparte de todos los cambios momentáneos que dicha etapa trajo a mi vida, hubo un importante cambio que permanecerá para siempre en mí. Cambió mi mentalidad hacia la vida militar, ya que antes de vivirlo, no le encontraba ningún sentido. Después de convivir con muchos militares profesionales, personas que llevan media vida viviendo para el ejercito, tengo que decir, que les guardo el mayor de los respetos por lo que hacen y por cómo lo hacen, porque una cosa es jugar a los soldaditos como hacían con nosotros, y otra muy diferente vivir preparado para lo que haga falta y, al menos los militares con los que yo estuve, sí que estaban preparados…..

2 comentarios:

  1. Hola Elvis, como ves he seguido tu rastro. Me veo muy identificado contigo en tu relato, salvo en lo de lavarme los gayumbos... ja ja ja !!!

    A proposito, se nota que con el paso del tiempo has cambiado tu forma de escribir, eh ?

    Un abrazo

    ResponderEliminar
  2. Fer, ¿tú no te lavabas los gayumbos? pues las risas que te perdiste no fueron pocas no jajajaj
    Si, tienes razón, mi escritura ha evolucionado, no sé si afortunadamente o no, pero ha evolucionado, supongo que es algo que nos pasa a todos, pero sólo nos damos cuenta cuando echamos la vista atrás...
    Un abrazo.

    ResponderEliminar

Uy lo que han dicho...