5 de marzo de 2010

Cronicas Chumbescas, Capítulo 4

(Capítulos anteriores).

A mediados de los cincuenta, concretamente en 1955 (sí, justo en medio), para los chicos de 11 años, no había demasiadas ocupaciones en las que perder el tiempo en el que no estaban en la escuela. Higor y sus tres compañeros tenían otro denominador común: la ocupación de sus padres. Todos ellos eran granjeros y vivían en las afueras del pueblo. Eso propició que la mayor parte de su tiempo libre, lo pasaran correteando por los prados y subiéndose a los árboles de los alrededores.

Uno de esos árboles, un enorme y centenario roble, que se alzaba plantado unos metros detrás del cobertizo de la granja de Higor, les inspiró para construir sobre sus grandes ramas una casita donde reunirse a hacer sabe Dios qué, y donde recluirse de los demás niños que siempre les estaban haciendo diferentes trastadas. Decían los más viejos del lugar, que aquel árbol llevaba allí plantado desde la Guerra de la Independencia. Por supuesto, ninguno de ellos estuvo allí para verlo, así que no les hacían demasiado caso.

Fueron muchas las horas que emplearon para construir su “casita del árbol” como después la bautizaron, y muchas las cajas que tuvieron que robar en la tienda de Bob el tendero, de las que se proveían para sacar las tablas necesarias para el armazón de la caseta. El pobre Bob, aún sigue buscando a los culpables 55 años después… Por supuesto que después de tantos años ni siquiera el CSI ha sido capaz de recopilar ninguna prueba incriminatoria contra nadie del pueblo.

Jason se encargó de hacer el diseño de la casita del árbol, lo cual explica el exagerado toque rústico de la constitución de dicha casita, más que nada porque Jason era muy rústico y aplicaba a todo lo que hacía su sello personal e intransferible. La decoración interior… eso fue otra historia. El encargado de decorar la casita del árbol, fue Micky, como no podía ser de otra manera, dado que era el único de los cuatro lo suficientemente refinado y con el buen gusto necesario como para llevarlo a cabo. Claro que quien conociera a los cuatro inseparables y viera la decoración interior, nunca habría podido suponer que tal tarea la había desempeñado alguno de ellos.


John, por su parte, fue el encargado de idear la manera de subir a la casita y, dada su escasa capacidad imaginativa para crear cualquier cosa, tomó la decisión de agenciarse una escalera que su padre usaba para subir al pajar. El pobre padre de John, aún sigue buscando la escalera y nunca supo a dónde fue a parar tal instrumento. Claro que tampoco le importó demasiado, su gran fortaleza física le permitió durante años izarse a pulso con una cuerda, instalada allí por él mismo para tal menester. Como se puede apreciar, la falta de imaginación de John tenía mucho que ver con sus genes…

Higor, que sí que tenía imaginación, aunque bien es cierto que dicha imaginación era un tanto abstracta, convenció a sus compañeros para que le dejaran construir una jaula que albergara en su interior a la multitud de bichos que habían ido cazando en sus correrías campestres. Entre ellos, destacaban 4 lagartijas, 3 grillos nordistas, 5 escarabajos peloteros rallados y 2 caracoles fugaces. Se esmeró como nunca lo había hecho y el resultado fue espectacular. Recibió muchas felicitaciones de sus compañeros por tal obra de arte. El mismo día que terminaron todos los trabajos en la construcción de la casita, Higor se presentó con la espectacular jaula. Dejaron instalado en la jaula su pequeño zoológico y se fueron a sus casas muy alegres y contentos por todo lo que habían hecho.

A la mañana siguiente, cuando iban a declarar inaugurada la casita, observaron aterrorizados, que la jaula…estaba vacía. Higor no había caído en el insignificante detalle, de que la separación de los barrotes no era la adecuada, y… allí ya no estaban esperándoles ni los caracoles fugaces… Despues de llevarse semejante decepción, decidieron que lo mejor era que Higor siguiera haciendo lo que mejor sabía hacer, es decir, limitarse a observar el paisaje, sin hablar por supuesto.

La casita del árbol, aparte de servirles como lugar de reunión, le sirvió a Higor para aumentar considerablemente su número de accidentes domésticos, ya que su conocida falta de coordinación de movimientos, no le facilitaba en nada la labor de subir por aquella estrecha escalera hasta donde se encontraba la caseta (aproximadamente dos metros de altura), y era rara la semana que no visitaba el hospital con algún miembro móvil de su cuerpo roto.

A partir de aquel momento, nuestros protagonistas se dedicaron en cuerpo y alma a disfrutar del campo y de su lugar de encuentro encima de aquel árbol, ajenos al resto del mundo, o mejor dicho, ajenos al resto del pueblo, hasta que… descubrieron un mundo que hasta entonces les había sido completamente indiferente, y que por una mera casualidad entró en sus vidas, no sabemos si para mejorarlas o para empeorarlas, pero si para cambiarlas completamente. Me estoy refiriendo, al maravilloso mundo de las niñas… Pero eso será en el siguiente capítulo.

2 comentarios:

  1. Hola Elvis

    ¿Y esa casita sobre el roble centenario es tu paraíso? :)

    ¿Te acuerdas de esto?:

    "Si aún no hay un Adán de Cantabria, sería un honor para mi serlo, pero eso sí, con ropa, porque siempre que me pongo una hoja de parra agarro una pulmonía..."

    Jejeje. Bueno, pues la historia continúa en:

    http://miescribania.blogspot.com/2010/03/toda-espana-pecadora-final.html

    Te podría tocar una distinción "muy jodida" ;)

    Saludos!

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  2. Juanra, no, nunca me subiré a una casita que esté encima de un árbol porque tengo vértigo, y mucho menos a una diseñada por tales personajes.
    Claro que me acuerdo y no se me olvida que soy el Adán de Cantabria, pero...¿una distinción muy jodida? Necesito más información...Voy a investigar.
    Saludos cordiales.

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Uy lo que han dicho...