9 de abril de 2010

Crónicas Chumbescas. Capítulo 5.




Aquel verano del año 55 fue tremendamente caluroso. Higor y sus compinches se pasaban el día sudando la gota gorda y buscando la manera de refrescarse, ya que su presupuesto no les daba para tanto refresco y ni mucho menos para comprar un aparato de aire acondicionado.

Por si eso fuera poco, vivir en un pueblo tan pequeño les dificultaba bastante la labor de afanarse bebida fresca. En el pueblo sólo había dos establecimientos que comerciaran con bebidas y sus dueños ya estaban sobre aviso. En realidad eran tres comercios si contamos la farmacia, pero después de media docena de diarreas y vómitos convulsivos, decidieron descartarla como suministrador de bebidas, porque además, casi todos los embases farmacéuticos eran de plástico y no servían para estrellarlos contra las piedras.

Sólo les quedaba, como medio de refresco, un pequeño lago que distaba medio kilómetro de su casita del árbol. Pero procuraban no abusar de él, ya que el primer día que se bañaron en él, salieron del agua, completamente mojados y… arrugados. Así y todo, junto con la sombra que encontraban dentro de su casita, aquel lago, rodeado de árboles y arbustos, era un lugar ideal para pasar las horas muertas, y también para recolectar nuevos bichos para su zoológico que sustituyeran a los fugitivos que se les habían escapado. Por supuesto que para entonces ya habían construido una jaula más acorde para albergarlos.



Precisamente, Jason y Higor se habían entregado a esa tarea la tarde en que sus vidas cambiaron para siempre. John y Micky no les acompañaron porque habían sido reclutados por sus padres para ayudarles en la laboriosa tarea de la siembra, y aunque nunca supieron con exactitud qué demonios sembraban, ellos lo hacían con total devoción mientras charlaban animadamente con el espantapájaros.

Mientras tanto, Jason propuso a Higor una competición de cazar bichos por separado, quedando en encontrarse en la casita del árbol a última hora de la tarde. Higor decidió ir a buscarlos cerca del lago, lugar más que prolífero de bichos de cuatro patas y… bueno, también de dos. A unos cien metros del lago divisó una enorme rana apareciendo y desapareciendo sobre la hierba con unos enormes saltos. Tal ejemplar llamó poderosamente la atención de Higor, que sin pensarlo empezó a seguirla, no sin dificultad, ya que, como siempre, tropezó y cayó varias veces al suelo en su intento por seguirla. Cada vez se acercaba más a los árboles que rodeaban el lago y pensó que tenía que atraparla antes de que llegara a la orilla. Ya se acercaban a la orilla cuando tropezó y cayó por enésima vez, cuando al levantar la vista vio algo que le dejó perplejo…

Junto a la orilla, dándole la espalda, observó una silueta completamente desconocida para él. Una chica se quitaba la ropa ceremoniosamente hasta quedarse con un pequeño bikini, de los más pequeños de la época, o sea, bastante grande para lo que nosotros entendemos ahora como bikini, pero diminuto para la época. Higor ni siquiera sabía que existían ese tipo de prendas, así que se quedó lo más extrañado que uno se puede extrañar. Sabía de la existencia de las chicas, más que nada porque pensaba que su madre debía de haber sido una de ellas hacía años, pero nunca había visto una de cerca, ni siquiera pensaba que las niñas de su edad que iban a su colegio, fueran de la misma especie que aquella hermosura.

Como pudo se ocultó tras un arbusto para observarla. No supo intuir la edad que tenía, pero por lo desarrollada que estaba, dedujo que era mayor que él. Su pelo rubio se enroscaba en una graciosa trenza que le llegaba hasta la cintura. Cuando la chica se dio la vuelta para ordenar su ropa en el suelo, Higor, desde su escondite tras aquel arbusto, se fijó en su rostro, tremendamente angelical, pero rápidamente bajó sus ojos hasta los dos bultos que la chica tenía en el pecho, e irremediablemente, su nerviosismo hizo que perdiera el equilibrio y cayera al suelo provocando un pequeño alboroto.

La chica, sin más, se acercó lentamente hacia el arbusto. Higor dudó entre echarse a correr o echarse a temblar, optando finalmente por esto último, más que nada porque estaba seguro de que si echaba a correr, con toda seguridad se caería y no serviría de nada, así que pensó que era mejor hacer el ridículo quedándose quieto donde estaba. Nunca antes había hablado con una chica de esa edad, bueno, en realidad de ninguna edad, y le asustaba la posibilidad de que la chica saliera corriendo al verle.

Continuará…

2 comentarios:

  1. Ay, me tengo que leer las anteriores crónicas... pero ésta me hizo acordar mucho a Verano del '42.
    ¿Ha visto esa peli? Tiene chiquicientos años, porque ya estaba pasadita cuando yo era chica.
    Espero las siguientes crónicas.

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  2. Jazmin, no, no la he visto, pero lo intentaré...igual me proporciona alguna idea jajaja

    Si no ha leído las anteriores, se lo aconsejo, porque si no puede que ande algo perdida con la historia...las siguientes, poco a poco...

    Saludos cordiales.

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Uy lo que han dicho...