Lo cierto es que, a pesar de sus desastrosas calificaciones, Higor siempre fue un alumno ejemplar. De hecho, cuando sus profesores hablaban de él, siempre había alguno que decía: “menudo ejemplar”. Con tal expediente, no es de extrañar que las burlas por parte de sus compañeros fueran constantes. Tanto era así, que sus padres, se propusieron aislarle, con el objetivo de que tales burlas no llegaran a sus oídos, evitándole así al pobre Higor algún que otro trauma infantil.
Sin embargo, tales intentos, se quedaron en eso, en intentos. La calidad, así como el tamaño de los pabellones auditivos de Higor, eran capaces de captar susurros a varios cientos de metros de distancia, imposibilitando el aislamiento pretendido por sus padres. Afortunadamente, su escasa inteligencia, mitigó los efectos de la captación de diversos comentarios que no pudieron ser procesados adecuadamente por su cerebro, y se los tomó como si no hablaran de él. En cambio, sí que sufrió del síndrome “todolooigo”, o lo que es lo mismo, escuchar campanas y no saber dónde…
Por culpa de ese síndrome, se vio envuelto en algunas situaciones embarazosas, como aquella en la que mezcló inconscientemente, dos conversaciones entre las que mediaban no menos de cien metros entre ambas. Una mujer pedía un kilo de manzanas en la frutería mientras que un hombre compraba carne en la carnicería de Phil el carnicero, llegando a los oídos de Higor la siguiente conversación:
M: “¿Me pone un kilo de manzanas?”
H: “La carne es demasiado gruesa”
M: “No son para mi. Son para mi hija, que está en edad de crecer.”
H: “¿Y qué tal está la ternera?... ¿Muy jugosa?
M: “Esa está demasiado verde. La quiero más madura”.
H: “Estará más jugosa si la parte con el cuchillo en trocitos antes de echarla a la plancha”.
M: “Pero las maduras son más fáciles de pelar”.
H: “Claro, claro, pero cuando se convierta en vaca será más dura para masticar”.
M: “Entonces no la dejaré madurar y la trituraré en la licuadora…”.
H. “No, si hace eso antes de ponerla en la plancha, podría manchar toda la cocina de sangre…, y ya sabe lo que eso significaría…”.
M: “Si, entonces la meteré en el horno y me la comeré asada…”.
En ese preciso momento, Higor escandalizado, corrió a buscar al policía más cercano y le instó a que detuviera a la señora y al frutero. Por alguna extraña razón, había entendido que estaban planeando matar a la hija de la señora para comérsela… El policía miró incrédulo a aquel mozalbete que le tiraba de la manga con insistencia, y tras unos segundos de duda, solicitó refuerzos. Por supuesto, detuvo a los sospechosos y ambos tuvieron que pasar unas horas en el calabozo, hasta que consiguieron demostrar, no sólo que no iban a matar a la hija, si no que ésta estaba tan delgada que no tenía ni cien gramos de carne pegada a los huesos.
Este suceso y alguno más parecido, obligaron a sus padres a buscar una solución drástica. Y la encontraron. Pero no pudo llevarse a cabo, porque lo que no encontraron fue un cuchillo, ni un hacha, lo suficientemente fuerte como para cortarle las orejas, así que se quedó con ellas puestas. Ya a la desesperada, publicaron un anuncio en la prensa nacional, con magníficos resultados. Un famoso médico de Nueva York, cuyo nombre no será desvelado aquí por cuestiones de seguridad, se puso en contacto con ellos, afirmando conocer el remedio que pondría fin al sufrimiento de Higor.
La intervención se llevó a cabo con un éxito rotundo, y preguntado el médico por el procedimiento empleado, respondió con total aplomo y seguridad: “Lo que tenía este chico en sus oídos, eran unos huesos demasiado desarrollados, así que le hemos extirpado los martillos…, los yunques pesaban demasiado, así que los hemos dejado en su sitio, lo cual no nos ha impedido reducir considerablemente el tamaño de sus orejas. Ahora al menos, aparte de oír lo justo, también habrá orejeras de su talla.”
En la fotografía, se puede observar cómo quedaron sus orejas después de la operación.
Meses después, nuestro protagonista caminaba por la calle feliz, escuchando sólo lo que tenía que escuchar, y tropezándose con todo lo que se tenía que tropezar…
Continuará…, ya dije que esto da para mucho…
Que identificado me siento con el buen Higor. Especialmente en la parte de los tropiezos y las metidas de gamba(*). Me gusta la historia, Me quedo a esperar la continuación.
ResponderEliminar(*) gamba=pierna en lunfardo argentino. "Meter la gamba" es equivalente a "meter la pata"
Viejex, bienvenido a Graceland, me alegro que haya disfrutado.
ResponderEliminarCreo que todo el mundo se siente un poco idenificado con Higor. Pronto vendrán nuevos capítulos, si tardo es porque las memorias están escritas en higeristaní y me está costando traducirlas un pelín.
Saludos cordiales.